miércoles, 26 de septiembre de 2007

Ausencia negra


Entregaste los dientes al enjuague de mis besos,
si sólo las miradas no carcomieran
esos soles sin calor,
de los patios que se caían
con juegos enmarañados.

Decías, que los remansos no podían penetrar tanta alegría
y los pájaros animaban la friega desbordante.

Estabas completamente loco,
yo te admiraba en tu reminiscencia de filósofo,
cómo no hacerlo,
si tuviera un poco de tus pupilas nuevamente
navegando mis párpados caídos,
me embriagaría de tu ausencia negra,
espanto de medianoche cubriendo los pasos.

Lo sabías de antes que los males nos azotaran,
las vértebras de culebras asfixiándonos,
respiración de gaviota con pez recién engullido,

tumulto de gritos en despeñaderos azules.
Tú, enorme en tu pasado y bajo en mi presente,
la castidad y la lujuria presas con cinturones.

Rezo para no sentir manchas,
caducas y a la vez calcadas en mi materia gris,
no duermen,
no riman,
no esparcen su alimento de veneno verde.

Me dijiste que ya era esa tarde, te convertirías en águila,
y tenía que aceptarlo,
eso murmuraste,
luego los átomos se encogieron en mi estómago,
ladrando, vomitando los cálculos que no existieron,
hurgueteando por los pasillos de tripas,
quedé petrificada de gris dominante,
ya no me parecías tan distinto,
te quedabas empapado de lástima,
andrajosa caminante que producía las herraduras,
linchaba los momentos blanquecinos.


Era mejor que tanta independencia se elevara,
eclipsando la estupidez,
de haber callado ramas destrozadas.